lunes, 21 de septiembre de 2009

Cronos

En el tiempo que corre, vuela, huye… se nos va la vida. Intentamos desesperadamente asirla, cogerla, amarrarla definitivamente a algo (lo que sea) firme e inamovible. Intento fallido de antemano, pues todo lo firme e inamovible siempre se acaba evaporando, el tiempo corrosivo lo devora y al final, como al principio, nada queda. Ni el saber, ni la verdad, ni siquiera Dios pueden resistir su paso, ¿que será entonces del ser humano? Las promesas de nuestro mundo de la ciencia y la técnica que todo lo pueden, no se cumplen, la muerte y la decrepitud siguen siendo las que al final siempre ganan. El tiempo es como la pastilla de jabón, que con cuanta más fuerza intentas sujetarla más fácil, rápido y lejos se escapa. El tiempo en cuanto se intenta controlar, muestra su ser indómito y su celeridad.
En los tiempos modernos con el modo de vida acelerado en el que la sociedad se mueve, la fugacidad del tiempo es todavía más atroz. Siendo el sinsentido al que esto lleva, origen del dolor anímico de nuestro mundo moderno. El vacío existencial que esta vida acelerada promueve se intenta llenar con objetos y actividades más efímeras e insustanciales todavía. Si es cierto que el tiempo se nos escapa, más cierto es aún, que el sentido se ocultó tiempo atrás esperando una época más acogedora.
Por ello es de vital importancia retomar la sabiduría de los tiempos pasados, aquella que en los mitos se relata y que la imaginación muestra aunque ya no se la tenga en cuenta. Ser conscientes de que es el mito el que atempera el tiempo, el que lo hace humano y compañero, no enemigo y gran disolutor. Ser conscientes de cómo se piensa y siente el tiempo, no ver su paso como meramente negativo. ¿Pues qué sería de la vida si el tiempo no transcurriese? ¿Dónde hallar el sentido si todo es eterno? ¿No es acaso la vida, el devenir mismo que nos permite vivir el minuto siguiente como el último?
Es el pensamiento mítico quien coimplica los contrarios; el tiempo y el hombre. El saber científico y técnico mejora la vida, pero ni la salva ni le da sentido. Sólo un pensamiento cósmico, aquel que dé orden de sentido a la existencia, permite llevar a cabo una vida plena en cuánto pasajera. Asumir la condición existencial humana es el modo de encontrar el sentido, no se trata de una asunción pasiva o inactiva, sino implicativa.
Comprender la inevitabilidad del final y hallar en ello el sentido. Se trata de olfatear el sendero vital que permite la trascendencia, no como promesa de una vida mejor tras la muerte, sino como el humus que hará de la vida terrenal un campo floreciente. Se trata de aprehender que esta vida puede ser un campo de flores, pero sin olvidar que las malas hierbas no son “malas” sino necesarias.

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